Spiderman.

La otra mañana Marcos, el pequeño "pistolo" que en apenas unos días cumplirá tres años, entró en el cuarto de baño, sigiloso, como acostumbra a hacer mientras su madre y yo nos acicalamos,  alcanzó un salvaslip de una caja que había sobre el bidé, le quitó con habilidad el protector del adhesivo y se lo pegó en la frente. Cuando le vi le pregunté que porque se había pegado eso en la frente y con cara de "hay que ver papá que preguntas tienes" me contestó: - ¡Poque soy pídeman¡ En ese momento no entendí si se lo había puesto para ser spiderman, a modo de disfraz o se lo había puesto porque era spiderman, y spiderman hace lo que le da la gana.

Como el susodicho artilugio se le había quedado pegado a las cejas y prácticamente a las pestañas no tuvimos mas remedio,  entre ays y resoplidos, que socorrer a spiderman. Después se lo adherió al antebrazo, y se exclamó otra vez a si mismo  - ¡Soy spiderman!.

Sin embargo lo que quiero resaltar con estas palabras no son los heroicos poderes que otorgan los salvaslips a mi hijo, sino la capacidad que tienen los niños para transformarse. Se transforman en superhéroes, en pilotos de carreras, en tigres o en "gormitis" y también se transforman en nietos adorables, sobrinos insoportables,  alumnos obedientes o vecinos chichones. Es decir tienen la capacidad de transformarse para jugar y también de transformarse según les vaya el juego. Tienen la capacidad de adaptarse a lo que les interesa en cada circunstancia. Tienen la capacidad de ser quien les conviene ser en cada momento, sin ningún rubor. Ojalá yo pudiera ser también a veces quien me conviene ser y no quien soy.