martes, 9 de febrero de 2010

La pequeña historia de una mujer cuya tenacidad hizo rebrotar un seco laurel.

Tras el nacimiento de su primera hija, una mujer recibió diferentes regalos procedentes de sus seres queridos, jubilosos ante el acontecimiento.
Uno de esos regalos era un pequeño laurel, de copa redondeada y pequeños brotes verdes que pasó a decorar uno de los rincones del humilde jardín de la familia.
Su marido quedó a cargo de los cuidados del laurel, como hacía con el resto de las plantas, pero al cabo de unos meses advirtió que el laurel se venía a menos, no salían nuevos brotes, sus hojas perdían verde, y sus tallos se endurecían. Sin duda el laurel se secaba y aquel hombre se afanó en sus atenciones.
Pasaron unas semanas y el laurel no recuperaba su ser, hasta que finalmente se secó por completo. El hombre consultó a un experto jardinero, quien no pudo hacer otra cosa sino constatar que el laurel estaba muerto.
Así que el hombre descuidó desde aquel momento sus atenciones hacia el laurel y lo apartó hacia el final, detrás de unas malezas.
Semanas más tarde, cuando la mujer supo que el laurel se había secado, se acercó a él con gran pena, pues además de ser un vínculo de unión con quien se lo había regalado, quizá pensó fuera un mal presagio para con su hija, desde cuyo nacimiento el laurel los acompañaba en la casa. Así que se arrodillo junto a él, lo incorporó y empezó a regarlo con la ilusión de que el laurel rebrotara. El hombre, que la amaba, al verla tan apenada no quiso alimentar sus esperanzas y avisó enojado que sería imposible que el laurel rebrotara, había pasado ya más de medio verano sin agua, no había nada que ella pudiera hacer. Sin embargo, la mujer no hizo caso y no cesó en su intento, en su convencimiento, de que el laurel debía volver a brotar, brotaría.
Al cabo de otras pocas semanas, un día que el hombre salió al jardín vio atónito como efectivamente en la base del tallo del laurel habían aparecido tres tiernos brotes. El hombre puso en aviso rápidamente a la mujer sobre lo acontecido, y los dos celebraron el suceso.
Al momento, la mujer volvió a sus quehaceres, y sin reparar en exceso en la que sin duda había sido una gran recompensa a un acto de fe, continuó con su s cotidianos milagros, los de cuidar de su familia. El hombre quedó pensando unos minutos y pensó que aquella mujer era en si misma un milagro.

2 comentarios:

  1. Felix se pregunta ¿habra escrito esto el cuñao? Se ha quedado impresionado, cuanto menos, por la sensibilidad que muestra el impulsivo... primario y primitivo panderetero.

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  2. Como siempre busco palabras para expresar lo que siento y ...nos las encuentro, bueno, sí,... te quiero.

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